Como director y fundador de la Colegiata Marsilio Ficino y de la revista Symbolos y su anillo telemático, quiero presentar este nuestro blog oficial de la Colegiata, que esperamos sea ágil y dinámico pese a la profundidad del pensamiento que le es inherente. Lo hacemos también con el Teatro de la Memoria, una nueva manera de percibir lo ilusorio y la ficción que uno puede vivir trabajando en el laboratorio de su alma e intelecto, lo cual es una novedad ya presentida en el tratamiento de la cosmovisión y su representación teatral. Por lo que deseo a esta forma de expresión del Arte –que sin embargo tiene precedentes ilustres– la mejor de las andaduras y el mayor éxito.
Federico González

viernes, 30 de abril de 2010

Adiós al Observatorio

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(En la sala de actos de un conocido observatorio astronómico, su director toma la palabra para clausurar un congreso internacional sobre astronomía. Lleva traje y corbata, y está sentado frente a un micrófono, de cara al público. Empieza a leer su parlamento con las gafas puestas y un tono protocolario, pomposo. Las autoridades están sentadas en primera fila).

Excelentísima Señora Alcaldesa de la Ciudad, Excelentísimo y Magnífico Señor Rector de la Universidad, Ilustrísimo Señor Director General de Investigación Científica del Gobierno Regional, Señor Presidente de la Unión Astronómica Internacional, distinguidas y distinguidos congresistas, colegas todos:

Me corresponde como Director del Real Instituto y Observatorio de San Fernando pronunciar el parlamento de clausura de esta Asamblea General de la Unión Astronómica Internacional, cuyas sesiones se han desarrollado en nuestras aulas por espacio de una semana.

Soy consciente de que la elección de nuestro Observatorio como sede de la asamblea obedece a los múltiples méritos que este centro ha acreditado en el mundo de la investigación científica, especialmente en los campos de la cronometría y el conteo de estrellas. Nuestras publicaciones acerca de la medida del tiempo son un referente nacional e internacional. No porque sí, el Observatorio está encargado del mantenimiento y reparación de los cronómetros de todos los navíos de la Armada y de numerosos buques mercantes. En cuanto a la catalogación estelar, el Servicio de Astronomía Meridiana del Observatorio, cuya jefatura compagino con la dirección del centro, ha contribuido decisivamente a la elaboración de un censo completo de 40 millones de estrellas comprendidas entre -3º y +30º de declinación y con un brillo superior a magnitud 17 que es hoy en día una publicación científica de consulta obligada.

(Hace una pausa. Se afloja el nudo de la corbata y continúa su monólogo sin leer, con un aire sarcástico, mirando al público).

Según las notas que me han preparado para este discurso, ahora debería afirmar, sumamente complacido, que ningún fenómeno escapa a los potentes medios de observación y medida del Observatorio, al servicio de la inagotable capacidad analítica de su personal. Que somos el grupo del país que ha publicado más artículos científicos sobre la medida del tiempo y la astronomía observacional de precisión en revistas especializadas a lo largo de los últimos diez años. Que participamos en numerosos proyectos nacionales e internacionales de investigación. En definitiva, que somos el no va más de acuerdo a los estándares con los que se barema la ciencia moderna... Una letanía que hoy les reiteraría encantado y fervoroso, creyendo y valorizando lo que les digo a pies juntillas, si no hubiese ocurrido algo extraordinario en mi vida.

(Aparta de sí los papeles y se quita las gafas. Prosigue con un tono narrativo).

Fue hace dos años más o menos. A punto de partir hacia un observatorio austral de gran altitud con motivo de una campaña de mediciones, fui a cenar con mi esposa a casa de una compañera de trabajo con quien ella había trabado una íntima amistad. Esta mujer había empezado a hablarle sobre temas que me parecían extraños y francamente preocupantes -el Esoterismo, la Tradición Unánime, la Simbólica Universal, la Iniciación..., y lo que más me intranquilizaba, a transmitirle copias de las entregas periódicas de un curso por correspondencia sobre estas cuestiones, unos folios impresos que mi esposa estudiaba cada vez con más celo y guardaba en una carpeta verde.

En la cena conocí al marido de aquella mujer, un hombre delgado que, según me contó, se ocupaba de la difusión del curso por correspondencia hacia el cual yo estaba desarrollando una aversión creciente, proporcional al afán en aumento de mi esposa. El tipo me preguntó a qué me dedicaba, y yo le respondí con una prolija y orgullosa explicación sobre mis ocupaciones científicas, como pueden imaginarse. ¿Y saben qué me dijo al acabar, mirándome fijamente a los ojos? ¡Que a quien coño le interesaba todo eso, y que a qué me conducía!

Y no supe qué contestarle. Parece increíble, pero fue así. El locuaz funcionario que les está hablando y acostumbra a tener respuesta para todo, se quedó mudo...

(Se levanta y deambula).

A la mañana siguiente salí de campaña, y durante las seis semanas que duró la estancia en el observatorio austral, las preguntas sin respuesta que me había hecho aquel hombre flaco resonaron en mi interior una y otra vez. Apenas conseguía dormir... ¿Cómo iba a ser inútil aquello con lo que tanto disfrutaba y a lo que me había consagrado en cuerpo y alma? ¡Por favor! ¿Cómo no iban a tener sentido mis investigaciones? Pero... ¿cuál era ese sentido? ¿A qué conducían mis trabajos? A la invariable conclusión de que es necesario emprender otro proyecto para seguir investigando... (Exagerando el gesto). ¿Para seguir investigando qué? ¿Y para qué? ¿Para obtener qué tipo de conocimiento? ¿Es que mis trabajos podían conducir a algún conocimiento verdadero, a alguna certeza? ¿Es que deseaba alcanzar alguna certeza? Sentía una tremenda angustia. Hubo momentos en que creí volverme loco; y si pude mantenerme a flote fue sólo gracias al absorbente trabajo de la campaña que me distraía del resquebrajamiento que se estaba empezando a producir en mis convicciones...

Y por fin llegó el momento de regresar a España. Volví ansioso por recuperar la tranquilidad perdida. La paz del hogar, el tedio relajante de la rutina diaria... Me embargaba un hondo deseo de normalidad. Pero mi aspiración fue en vano; al día siguiente de mi retorno, tropecé en la calle saliendo del despacho y me partí un pie.

(Se apoya en la mesa, ante ella).

Me enyesaron, y tuve que guardar reposo en casa. Fueron unos días durante los que conviví con mi mujer y mis hijos pequeños como creo que nunca lo había hecho. Algo casi idílico, a no ser por aquella dichosa carpeta verde con los folios del curso por correspondencia... Allí seguía. En el lugar de honor de la librería del salón. Mi esposa la tomaba cada noche y estudiaba su contenido por espacio de una hora, a veces haciendo prácticas de concentración con los ojos cerrados y pronunciando palabras desconocidas para mí. (Se levanta). Ella me invitaba diariamente a que estudiáramos los acápites del curso juntos, y yo me negaba, al principio amablemente pero cada vez con más hartazgo. Un día le respondí a gritos, y ella me replicó con voz firme que estaba cansada de mi cerrazón y que lamentaba profundamente que el camino de autoconocimiento y realización espiritual que había decidido emprender no tuviese cabida en mi triste programación. (Repite reflexivo). Mi triste programación... En un rapto de lucidez comprendí que nada me unía a mi mujer y decidí marcharme de casa, con muletas y a la pata coja.

Me mudé a un hotel modesto de la ciudad. Logré mantener la normalidad en mi vida laboral y recuperarme de la lesión. Pasaba de vez en cuando por casa para ver a los niños a fin de que no me extrañasen. Un día al despedirme, mi esposa me besó cariñosamente en la mejilla, y sonriéndome, me entregó un paquete cuidadosamente envuelto. Era mi cumpleaños, y se lo agradecí sinceramente. Abrí el regalo al llegar al hotel. Era una caja de cartón. Nervioso, retiré su tapa, y en el interior encontré... una carpeta verde. Me quedé pasmado, mirándola como si fuera un meteorito caído del cielo. (Pausa). La cogí (se sienta en una silla vacía a un lado del escenario) y me senté en el silloncito desvencijado de la habitación. La puse en mi regazo, y absorto en su contemplación, me quedé dormido...

Me desperté a la mañana siguiente con los primeros rayos del sol. Oí un gallo y el repicar de la campana de una iglesia próxima. Era un domingo de primavera. La luz que entraba por la ventana de la habitación era blanca, brillante. Miré a mi alrededor, y vi en el suelo la carpeta verde. Se me había caído al dormirme, y se había abierto dejando a la vista la página del prefacio del curso por correspondencia que mi esposa seguía. Mis ojos se clavaron en un párrafo extraordinario que no puedo resistirme a leerles. Dice así (se saca un papel del bolsillo de la camisa que tiene en el lado del corazón):

“Usted ha ligado con este programa y tiene ahora la oportunidad de comenzar una nueva etapa, enteramente diferente, y de conocer un mundo maravilloso. Usted se está poniendo en comunicación con la Ciencia Sagrada y de este modo con la energía-fuerza que la constituye cuyas emanaciones han hecho posible la realización de Maestros, Instructores e Iniciados en todos los tiempos y lugares. Esta enseñanza es revolucionaria pues propone una transformación, una auténtica transmutación interior que haga posible el nacimiento de las potencialidades dormidas del Hombre Verdadero.”

(Retorna a la mesa y se queda de pie tras ella).

Así fue mi encuentro con ese tesoro de sabiduría que mi mujer, su amiga y su delgado esposo, emisarios de incógnito de la Tradición, me habían ofrecido generosamente y yo había rechazado hasta entonces de manera absurda. Me sumergí poco a poco en aquellas enseñanzas, y empecé a despertar a una nueva visión de la realidad... (mira al fondo de la sala, y continúa con tono fastidiado) de la que ahora no les voy a poder seguir hablando porque el protocolo de este estúpido acto oficial limita mi intervención a un breve parlamento y desde el fondo de la sala ya me están haciendo señas de que debo finalizar. (Dirigiéndose al fondo de la sala en voz muy alta). ¡Ahora acabo!

(Sigue monologando lúcidamente).

No se extrañen por el tono y el contenido de mis palabras, que acaso juzguen totalmente impropias del director de un Observatorio oficial como éste; (sonríe con picardía) pero es que ya no lo soy. Presento mi renuncia ante todos ustedes.

Porque, señoras y señores, habiendo comprendido al fin que el tiempo no existe en la inmutabilidad del Principio que todo lo abarca, y que la numeración de las estrellas no nos dice absolutamente nada acerca de la esencia del Universo, yo me voy de aquí.

Adiós, y que les vaya bien.

(Se levanta y camina para salir de escena. Justo antes de desaparecer, se detiene y dice mirando al público):

Por cierto: si alguno de ustedes tiene interés en el curso por correspondencia que estoy siguiendo, díganmelo. Tengo varias copias en mi despacho a su disposición, en carpetas de color verde.

(Sonríe y añade para sí):

Un color de esperanza.

(Sale de escena).

(Telón)

Marc García

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